Archivo del Autor: Mar Sánchez Encinar
En esencia adiós…
Miro al horizonte y te veo,
apareces entre edificios,
palmeras y playas.
Mi camino es más hermoso,
aun cuando dura lo que un suspiro.
Quiero quedarme y soñar,
ser una niña de nuevo,
a tu lado ya no quiero nada,
me siento pura, limpia,
me siento tan libre
que cierro los ojos y vuelo.
Te persigo como si escapases,
como si fueras infinita.
Eres vida entre tus olas,
yo soy la gota de sal impasible
sobre la roca desgastada.
Soy fiel a tus delirios,
a tus noches de espuma blanca,
soy la virgen que en tus sueños
cae por tu acantilado de mareas.
He visto sumergirse mis miedos,
mis locuras y dolores más atroces,
los ahogaste con tus manos de sirena
y me dejaste vacía como quise.
Ahora te regalo mi vida,
seré la esclava que pediste a mis sentidos,
encadenarás mis pensamientos
y mis ojos serán de luna para guiarte.
Locura
Aquí yacen el pasado y la locura,
fue aquí donde comenzó el caos,
aquí, donde me hallaste fiel.
Te regalé mi llanto y mi risa,
mi corazón y mi alma entre bambalinas.
Te brindé la felicidad de mil mundos.
Mis sueños, mis delirios, mis versos…
aun te pertenecen.
Pasarán mil años más, pero si vuelves,
tan sólo habrás de quitar el polvo
a éste cuerpo dolorido que nunca
aprendió a olvidarte.
Sin ti o contigo…
«Estoy hecha de fuego,
de carne ardiendo cual infierno condenado.
Me resbalo entre las manos
que fueron lluvia para colarse entre las telas.
Estoy hecha de pasiones deshojadas
y pupilas dilatadas.
Me contraigo,
me divido entre la piel
y las palabras aspiradas
jamás confesadas ni abatidas.
Amanece entre las sábanas
y acaricio el cielo despuntado
cuando entra la luz a tientas por mi tristeza.»
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Ángel Caído
«Soy atroz,
triste ángel caído,
desterrado
y locuaz jinete de sombras y tinieblas
que anoche cabalgaba
entre la arena de tu desierto.
Soy recortadora de sueños,
labradora de distancias incoherentes,
cirujana de almas.
Soy una canción inacabada,
un verso perdido en el papel,
una estrella consumida en el firmamento,
una nube gris en el ocaso,
una luna sin plata y menguante.
Soy una huella en el recodo de tu ombligo,
un silencio en la noche más larga.
Lo soy todo en tu ausencia de palabras,
en tu voluntad infatigable.»
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Parece que…
«Parece que las manos envejecen
y la tierra cubre mis pies.
Parece que el corazón se para
y el alma escapa asustada.
Parece que los labios se duermen
y los ojos dejan de verte.
Parece que la piel pierde color
y tu mano resbala entre mi cara.
Parece que acaba la vida
y que se acerca la muerte.»
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Hoy no hay más…
«Hoy no hay más que llanto ahogado,
se funden la alegría y la risa,
como se funde el acero de espada.
No estás en el aire aunque lo aspire,
no estás en el fuego aunque me queme,
tampoco en el agua y de sed muero.
Quizás te halle en la tierra,
en la arena de una playa virgen,
en la sal que el mar deja en las rocas.
¿Qué dolor cruel es este que me agita?
¡Qué tormento hallar tan sólo
soledades de plomo!
Cuán efímeros fueron ayer tus besos,
y que agonía hoy porque no estás,
y porque no estás, no tengo nada.
Descomunal abismo al que me asomo,
cuando tan sólo una palabra me basta…»
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Entonces llegó…
«Entonces llegó,
entró por la ventana
como ráfaga de aire.
Desorientada y confundida,
imaginé la orilla del mar
llena de sus huellas.
Fui serpiente
para culebrear por sus caderas,
y al mirar al horizonte,
descubrí que no tenía nada,
ni pasado, ni futuro,
ni risas, ni llanto.»
Siete…
«Sucumbir a un mal mayor,
a un padre, a un hijo,
todos con siete madres,
siete cabezas de turco,
siete sentencias a muerte
jamás cumplidas.
Siete jinetes del Apocalipsis,
siete constelaciones perdidas
en el cielo de Madrid.
Siete maneras de odiar
al número siete,
pero siete son los pilares
que sostienen mi vida.»
Madrid
se terminan tus días de lluvia y sol,
tus calles de eternidades,
tu tráfico y tu ruido insomne.
Se terminan tus notas,
tus edificios de arena y cal,
tus besos en los portales.
Se acaba tu llanto, tu agonía,
tus lujos y tus parques de castaños y cipreses.
Se apagan tus luces esta noche, Madrid.»